La Gran Madre Formica Máxima recuerda el día de su apareamiento, volando ingrávida junto a cientos de machos ansiosos que ofrecen su vida para entregarle su esperma que Ella toma sin remilgos. Desde entonces, el preciado tesoro germinal está en su abdomen y lo usa cuando lo necesita. Gira la cabeza hacia su abdomen y vuelve a comprobar su adorado caudal. Se siente joven y aún tiene suficiente. Aprieta la mandíbula, hace un pequeño esfuerzo y deja salir por su boca una gotita de saliva espesa que rápidamente es retirada por una anciana Obligata mientras, tras de sí, percibe un aleteo apresurado y nervioso.
Por el olor, sabe que es alguno de los Septuagésimos. Los de aquella generación tienen el mismo perfume a exudación de pulgón rojo. Efectivamente, es Septuagésimo Servilio Pessimo. Lo atrae hacia sí con un gesto. Él encoge sus alas y dócilmente se deja hacer. La Gran Madre lo acaricia. Es un joven y bien dotado macho que, como todos los demás, vive a expensas de sus hermanas hasta que llegue el día en que deba cumplir su primera y última misión. Mientras tanto, su semilla ha de ser preservada y eso justifica que aún viva. Él lo sabe y está agradecido.
El joven Septuagésimo se excita ante la profunda mirada de Su Maternidad Formica Máxima y en él se despiertan instintos. Siente la necesidad de exhibir su esplendoroso físico. Baila. Pisa con fuerza sobre el suelo de tierra rojiza, mientras agita las alas con entusiasmo y mueve las antenas con sumisión. Va, viene, se gira; recorre el Nido de la Única Madre –que la Luz-que-luce la proteja– y, con osadía, acerca sus antenas a las de Ella, que esboza un movimiento con su mandíbula. El gesto de la Madre le recuerda al joven Septuagésimo la levísima eventualidad de su ser, y sale corriendo aterrado hacia un piso superior, dejando tras de sí un rastro de saliva espesa, que la anciana Obligata recoge para alimentar a las larvas.
La Gran Reina sabe que este Septuagésimo es un hermoso ejemplar y comprende que esté asustado. Su misión es preservar el tesoro germinal que en él se ha depositado hasta el momento en que la Luz-que-luce ordene que sea entregado a cambio de su vida. La Madre se siente orgullosa y complacida. Eso es suficiente; por el momento.
Su Maternidad Suprema percibe una terrible presión en el abdomen. No puede quejarse porque en ello le va la vida, sabe que cuando ya no pueda hacerlo, o cuando nazca una nueva Madre más joven y mejor dotada, será devorada por sus propias hijas. Así ha sido ordenado desde los oscuros tiempos que nadie sabe recordar. La Luz-que-luce sea alabada por su sabiduría. Aunque…
De nuevo, el gran momento. Su vientre se dilata y expulsa un huevo que cae al suelo. Ninguna de las Obligatas de servicio se inmuta. Es blanco. Luego viene otra contracción. ¡Es dorado! Se acercan presurosas, recogen el óvulo ambarino y, acuciosamente, lo llevan a no se sabe dónde. Su Grandeza Maternal Formica Máxima no siente placer ni siente dolor, sólo ocurre lo que tiene que ocurrir.
Trigésima Pragmática Obligata es una hembra estéril, trabajadora activa y eficaz. Se mueve con agilidad a través de la complicada red de pasadizos, túneles y estancias del hormiguero. Desde su origen, está asignada al servicio perpetuo de la Suprema Maternidad. Recoge los huevos blancos y los lleva rápidamente a la incubadora de las larvas. También se encarga de los huevos áureos. Mira a la Gran Madre con veneración. La ve majestuosa y siente por ella ese tipo de amor inefable del que sólo son merecedores los seres supremos.
De poder elegir, Trigésima Pragmática Obligataelegiría ser madre. A veces, fantasea en secreto. Se imagina ingrávida, en su Vuelo Germinal, agasajada con el dulce tesoro de cientos de anhelantes machos alados, entregados al único objetivo de su total satisfacción. Subir, bajar, volver a subir y, finalmente, sentir un sublime placer. Ella lo supone así de forma racional, porque sus fantasías carecen de emoción. Ella lo sabe y lo acepta. El placer no sentido no se puede imaginar. Aunque, de poder elegir, elegiría todo lo contrario.
Las Obligatas son estériles y no tienen derecho a placer alguno, aunque se cuenten historias antiguas –de antes de existir la Gran Madre Formica Máximaque la Luz-que-luce la proteja– de hermanas que han puesto huevos dorados de los que nacieron machos grotescos e inútiles que trajeron la desgracia al Reino, pues sólo los hijos de la Única Mater son dignos de ser contemplados sin temor.
Trigésima Pragmática conoce las leyendas y lucha por olvidarlas. Ella es feliz trabajando sin descanso para la Summa Mater Formica Máxima y no se siente frustrada por ello. Pero, íntimamente, sabe que –de haber podido elegir– habría elegido ser Madre; y, entonces, se acerca a la una infelicidad que le asusta. Pero cuando deja de fantasear, se resigna y cumple con su cometido y se aleja de ese temido sentimiento. Dejando de pensar, vuelve a ser feliz, con ese tipo de felicidad que transciende y la une íntimamente al resto de sus hermanas, pasadas, presentes y futuras, por las que vive y por las que morirá.
Trigésima Pragmática Obligata va corriendo por el túnel principal transportando una larva blancuzca que aún no tiene nombre, y llegando cerca del almacén de madera triturada de la cuarta planta, al lado de la granja de pulgones, se encuentra con la hermana Quincuagésima Epistolaria Obligata. Las dos se tocan con sus antenas y se dicen cosas.
–Hay rumores– advierte Quincuagésima Epistolaria mientras mezcla pasta de madera triturada con saliva, pretendiendo no dar importancia a su advertencia.
–Rumores, de qué– inquiere Trigésima Pragmática, no sin cierta aprensión.
–Se dice que una de las larvas puede ser Madre– precisa la Quincuagésima con gravedad y evitando cualquier énfasis. Las dos saben que la gestación de una nueva Mater Regina más joven y mejor dotada lo cambiaría todo. No es preciso mencionar ni cómo ni porqué. Lo saben y es suficiente.
–Eso no es cierto. Yo las conozco a todas– aclara la Trigésima Pragmática, evitando gestos que pudieran contradecirla.
–Pues hay rumores– insiste la Quincuagésima.
–Pues son falsos– sentencia la Trigésima. Luego, separan sus antenas. Dejan de decirse cosas y cada cual sigue su camino.
Siempre hay rumores. Pero siempre son “falsos”. En el hormiguero no existen larvas que puedan ser Madre, porque todos los huevos dorados de los que se crearían son devorados inmediatamente, sin darles ninguna oportunidad de llegar a ser larvas. Este secreto sólo es conocido por las Sub Mater Obligatas que no lo pueden revelar, bajo pena de ser ellas mismas tomadas como alimento por la Gran Madre, la Única Madre.
Formica Máxima recuerda sus esfuerzos para crear este hormiguero tras su memorable Vuelo Germinal. Mirando hacia aquellas primeras luces, se ve comiendo sus propias alas para sobrevivir hasta poner expulsar los primeros huevos fértiles no fecundados que dieron lugar a sus Prima Obligatas. Aún las recuerda: Prima Fidei, Prima Libera, Prima Veritas y Prima Articulata. Eran pequeñas y tuvieron una vida muy corta. La dieron generosamente y con gran esfuerzo para la construcción del hormiguero. Recolectaron los primeros alimentos y cuidaron los primeros y hermosos huevos nacarinos de los que nacieron las Secunda Obligatas, más grandes, pero no más serviciales. Después, vinieron muchas más. Al principio cientos, luego miles; después una multitud incontable de Obligatas. Y luego, los primeros machos, nacidos en Óvulos Pésimos –sin fecundar– y, entonces, llegaron los Óvulos Áureos...
La Magna Imperatrix Formicarium recuerda a sus primeros Pessimos: Primo Cubiculario, Primo Cotidiano, Primo Parvulo, tres magníficos machos fértiles –con su tesoro germinal a buen recaudo, que entregaron llagada su hora– y Primo Interrogato, un ser estéril pero extraordinario, cuya hora aún depende de la voluntad de la Gran Madre, que la Luz-que-luce la proteja y sea alabada por siempre. Y tras aquella primera cosecha, decenas de generaciones más, todas ellas tan útiles como contingentes.
La Norma Eterna de la Luz-que-luce, que por siempre sea alabada, ordena lo que ordena cuando una nueva Mater Regina más joven y mejor dotada surge esplendorosa (no de otra forma sería posible) de un dorado óvulo: «Si ex ovo aureo nova regina nata fuerit, filiae matrem veterem devorabunt, et Formicarium novae reginae subiecta erit, quae ex eo tempore in sola matre erit».
Formica Máxima reverencia a la Luz-que-luce y que por siempre sea alabada, y conoce y respeta su Lex Perpetua, pues non est regnum sine lege nec contra legem regnabit, pero en su interior pronto floreció una secreta rebeldía y, de ella, un dilema: cómo respetar la Suprema Lex y, aun así, vivir eternamente. Y la solución resplandeció incuestionable desde el principio. Ninguna hembra fértil le quitaría nunca su hormiguero, porque en su hormiguero no habría nunca otras hembras fértiles. Devoraría todos sus brillantes óvulos áureos en cuanto salieran de su vientre. Sólo sus súbditas más fieles, Sub Mater Obligatas, conocerían el secreto que guardarían con su propia vida.
Las elegidas fueron aquellas Obligatas que podrían poner infecundos huevos de los que nacieran machos si la Luz-que-luce, y por siempre sea alabada, no decidiera todo lo contrario, pues tales prodigios sólo ocurrían en épocas de graves crisis. Algunas Obligatas nacen con esa capacidad, pero no lo saben porque la Reina inhibe sus ovarios con feromonas. Pero si el Reino crece demasiado, las feromonas de la Gran Madre no llegan hasta lo más recóndito del nido y, así, a cierta distancia de la Reina, algunas Obligatas ponen huevos sin fecundar, de los que surgen machos absurdos, hijos de la nada. Estas madres absurdas serían las únicas que podrían comprender los motivos de la irreprimible voluntad de la Gran Hormiga de seguir siendo la Única Madre del hormiguero, pues nada se comprende mejor que aquello que se anhela sin esperanza.
De poder elegir, Formica Máxima Mater Imperatrix elegiría todo lo contrario. La ley es la ley y debe cumplirse… cuando debe cumplirse. Porque, ¿cómo podría incumplirse, si no hubiera causa para su cumplimiento? Evitar la condición evita la obligación. Y la condición está en los huevos dorados. Ergo…
Trigésima Pragmática es una de las Sub Mater Obligatas y sabe guardar el secreto. Las otras Obligatas saben que la Gran Madresolo se alimenta de machos infértiles y envejecidos, pero no podrían soportar saber que también devora a sus mejores hijas, aquellas que podrían sustituirla. Tampoco podrían soportar saber que, de tener que elegir, Formica Máxima elegiría perder su Colonia antes que su Trono, porque aquélla se puede reconstruir, pero una reina sin trono no puede sobrevivir, y la supervivencia individual de la Reina supera al bien del grupo. Pero eso no lo debe saber el grupo, o la Reina perdería su supervivencia.
Septuagésima Brava Militia Obligata es la mejor defensora del hormiguero. Tiene grandes mandíbulas y una fuerza descomunal. Es valiente. No tiene miedo a luchar. De poder elegir, elige luchar. Tampoco tiene miedo a morir. De poder elegir, elige no morir, pero, de ser necesario, morirá en cumplimiento de su deber. Todas las Militia son Obligatas que, de poder elegir, eligen luchar, pero ninguna elegiría luchar con Septuagésima Brava Militia Obligata, porque todas ellas, de poder elegir, eligen no morir y Septuagésima Brava mataría a cualquiera que se le enfrentase. Solo la Gran Madre quedaría a salvo de sus mandíbulas. A Ella es la única a quien no podría matar. A todas las demás las sacrificaría si fuera necesario. Las sacrificaría a todas si la Madrese lo ordenara, y Formica Máxima no dudaría en ordenárselo si fuera necesario para salvar su trono. Y, tras cumplir su misión, ella misma se entregaría como alimento a la Gran Mater Omnium, para que, con renovadas energías, se pudiera edificar una Colonia Nova.
Septuagésima Brava-Militia Obligata nunca dice cosas si no es necesario. Ahora lo es, por eso, se arriesga a acercarse a la Gran Reina Formica y, con sus antenas, tocar las de ella y así se dicerle cosas.
–¡Magna Mater, hay grave peligro! – dice la Brava-Militia, transmitiendo una inusitada agitación.
–El peligro ha de ser grande –constata la Madre del Reino–, pues percibo un inusual temor en tus pensamientos. ¿De qué se trata? ¿Es, acaso, alguna conspiración urdida entre mis más nuevas hijas? ¿O es, acaso, algún nuevo monstruo desconocido que amenaza al Reino?
La Soberana sabe que las jóvenes hijas pueden querer rebelarse y buscar una nueva y más joven Madre. Y también sabe que afuera hay muchos monstruos –algunos desconocidos– amenazando al hormiguero. Todas las Madres saben que esos peligros existen, pero nunca lo dicen, a no ser que sea necesario. Ahora lo es.
–¡¡No, Madre Onmipotente!! –exclama la Brava Septuagésima sin poder disimular su desconcierto– ¡¡No es ninguno de esos peligros!! ¡¡Es la Luz!! –su mente casi se paraliza por el terror de lo que va a decir– ¡¡La Luz no está!!
Todas las hormigas adoran a la Luz-que-luce. Ella es la que dice cuándo la joven reina debe hacer su Vuelo Germinal. Ella es la que dice, también, cuándo debe partir la Caravanaen busca de comida y cuándo debe regresar al hormiguero. La Luz lo dicta todo y lo crea todo. Sin la Luz la vida termina, y quien desafía esta verdad, muere. Siempre ha sido así y siempre lo será.
Su Maternidad se retuerce sorprendida y esconde su recelo en palabras revestidas de reflexión y cordura.
—Desde que existo –la Gran Formica elabora una digresión para ganar tiempo y poner en orden sus pensamientos–, la Luz está y luego no está y luego vuelve a estar. Bien lo has de saber tú, mi fiel Brava. Cada ciclo de luz se repite desde los oscuros tiempos que nadie sabe recordar. Pero la Luz siempre está cuando debe estar y no está cuando debe no estar. Siempre ha sido así y no puede serlo de otra manera. ¡Me preocupa que te preocupe!
La Septuagésima Brava, sin embargo, se arriesga a insistir, aun a sabiendas de que, con ello, se jugará la vida, pues sólo una insensata replicaría a la Gran Madre Formica. Pero, el mismo instinto con el que no dudaría en enfrentarse a los peores monstruos para defender al hormiguero, le impulsa ahora a contradecir a la Magna Regina , ¡que la Luz que debería lucir y no luce la proteja! pues el terrible peligro así lo requiere.
–Gran Madre Sapientísima y Todopoderosa –dice la Brava Septuagésima, tratando de aplacar a la Madre con palabras respetuosas y bien ponderadas–, mis humildes conocimientos no alcanzan a vislumbrar siquiera lo que abarca tu formidable sabiduría, pero ¡mi Única Reina y Guía!, imploro de tu magnanimidad que me permitas decirte que eso que me has dicho ya lo me lo he dicho yo a mis misma antes de tener el atrevimiento de molestarte.
La Brava Militia se detiene y mira suplicante a la Madre buscando su conformidad. Formica Máxima guarda silencio, pero no abre sus mandíbulas, así que la Septuagésima se atreve a continuar, aun sin perder ninguna de sus previas cautelas.
–Gran Madre que todo lo puedes, tú me lo enseñaste al nacer. Lo veo cada ciclo, cuando recorro el exterior de tu Reino para protegerte de los terribles monstruos que acechan en el más allá. Por eso, sé bien que desde que la Luz se enciende hasta que la Luz se apaga pasan muchas cosas, tantas como las que ocurren desde que la Caravana parte hacia muy lejos y hasta su retorno. Pero la Caravana apenas acaba de partir y ¡perdóname mi Reina Eterna! –se le encogen las antenas ante el temor de lo que está a punto de decir– ¡la Luz ya no está! Y eso, Madre Certísima, ¡¡eso no es un ciclo!! ¡¡Perdóname y dime, oh Madre, que no estoy equivocada y devórame aquí mismo si crees que lo estoy!! ¡¡Moriré feliz en sus sagradas mandíbulas!!
Su Maternidad Formica Máxima recapacita secretamente y valora la posibilidad de que su Septuagésima Brava-Militia Obligata tenga razón, aunque, de poder elegir, elegiría que no fuera así. Estira sus antenas queriendo saber y buscando recibir percepciones. Nada le es ofrecido y, entonces, comprende que debe tomar una decisión que aún desconoce, y debe hacerlo sin dar muestras de debilidad, aunque no la haya mayor que la que surge de un dilema irresoluto. Pero sabe ordenar y ordena:
–¡¡Que venga Primo Interrogato Pessimo!!
Primo Interrogato es el único macho superviviente de la primera generación. Un macho estéril que aun aún tiene alas; una aberración que, con toda seguridad, le ha salvado la vida. Pero lo que la Luz le quitó –el tesoro germinal del que carece–, generosamente se lo compensó con otro tesoro menos valorado, pero no menos valioso: sabiduría y discernimiento. Nadie en el hormiguero sabe decir las cosas que él sabe decir.
El llamado acude arrastrando su abdomen y sin poder ocultar el temblor de sus antenas y la lastimosa estampa de sus inútiles y arrugadas alas, caídas hacia el mismo lado. Le cuesta tenerse en pie. Es muy viejo y está muy débil. Lo normal es que ya hubiera sido sacrificado y entregado como comida para las larvas, pero la Mater Maxima Formicarum Imperatrix ha ordenado que no sea así y las demás la obedecen. Ella sabe que los machos inútiles deben ser sacrificados, pero Primo Interrogatono es inútil. Sabe cosas. Por eso, de tener que sacrificarlo, la Madre elige hacerlo cuando sea el momento y luego comérselo ella misma para alimentarse, así, con su sabiduría. Pero aún no es el momento.
Primo Interrogato Pessimo se acerca a la Madre de forma lenta y respetuosa. Tocan sus antenas y se dicen cosas.
–Madre, porqué me has llamado a tu presencia. –dice el Pessimo, asumiendo con serenidad un destino inevitable– ¿Has resuelto ya devorarme?
–Todavía no, hijo mío. Te he llamado porque te necesito – responde la Madre, con igual serenidad, pues lo inevitable no admite énfasis.
–¿Para qué, entonces, Madre? –inquiere respetuoso el Primo Interrogato–. Soy viejo e inútil. La vida que me concedes es una carga inmerecida. Por favor, devórame antes de que lo haga un monstruo y nunca más vuelva a nacer. Hazme tu alimento y volveré a renacer como un huevo dorado de tus entrañas.
–Eso no te conviene, hijo mío. Créeme –responde Formica Máxima con un estremecimiento que no es capaz de comprender–. Y ahora escúchame. Necesito que me cuentes cosas para que yo sepa cómo tomar una decisión que desconozco ante un dilema que no entiendo.
Primo Interrogato Pessimo comienza a dar vueltas en círculo y echa mucha saliva por su boca. No es excitación, sino miedo. No teme ser devorado por la Única Madre –eso sería un regalo–. Lo que teme es que Ella dependa de él. Luego conectan sus antenas y Formica Máximale transmite el angustioso enigma, y lo hace sin ocultar su desconcierto, pues, por alguna recóndita razón, la Máxima Mater Formicarum percibe con este envejecido y estéril Pessimo una íntima conexión de identidad, como si ambos fueran las dos partes inversas de un mismo Ser.
Al conocer la aterradora noticia, Primo Interrogato Pessimo estira las alas y pone en tensión su abdomen. Sus patas rígidas. La mandíbula apretada contra el labio inferior. Sin quererlo, frota muy rápido sus extremidades delanteras y mastica sin tener nada en la boca. A través de sus antenas siente el miedo de la Gran Madre, que es el peor de todos los miedos: un miedo sin fundamento razonable.
–Temo que la Luz nos quiera dejar para siempre – dice la Madre.
–Si ese es tu temor, por mí será temido lo mismo– asiente el hijo.
–¿Sabes tú que qué debemos hacer? ¿Sabes tú cómo llamar a la Luz para que regrese? ¿Sabes tú dónde está ahora? ¡Dímelo si lo sabes! – urge Ella y casi parece una súplica, aunque no lo es. No lo puede ser. Ella es la Reina y no sabe suplicar.
–No lo sé, pero sí sé una historia pasada – susurra circunspecto el viejo Pessimo. Él percibe también la íntima conexión de identidad con la Madre, como si ambos fueran las dos partes inversas de un mismo Ser; pero acepta que su parte sea la despreciable.
Primo Interrogato Pessimo, sabe historias pasadas. Las sabe desde antes de nacer, sin habérselas enseñado nadie. Están en su interior y cree que en las historias pasadas se pueden encontrar soluciones a problemas actuales. Pero las demás hormigas no quieren saber nada de historias pasadas. Si son pasadas no existen ahora y, si no existen ahora, no sirven, porque sólo el ahora importa.
La Gran Reina Formica Máxima, de tener que creer algo, elige también creer que solo el ahora importa. Pero es, precisamente, ahora cuando se enfrenta a un dilema que ni siquiera comprende, y no puede evitar que la ansiedad asome tras su pregunta:
–¿Qué dice esa historia, hijo mío?
Primo Interrogato obedece sumiso y comienza a contar una historia anterior a los oscuros tiempos que nadie sabe recordar. Pero es una larga historia que no parece tener final ni sentido alguno. Pero sí lo tiene, aunque la Gran Hormiga no lo encuentre y así su angustia aumente. La Luz no está y el tiempo pasa. Formica Máximase impacienta. La Luz no está y el tiempo pasa. Desde su Nido percibe el desconcierto de la Colonia. Muchas perciben ya la catástrofe. Todas morirán. La Luz no está y el tiempo pasa. Formica Máxima mira a su viejo hijo que sigue resignado contando su historia y que no parará de hacerlo hasta que Ella se lo ordene. Pero la Luz no está y el tiempo pasa.
Formica Máxima separa sus antenas de las del decrépito macho y por finalizada la transmisión. El Pessimo no se extraña, solo se conforma. Él siente lo que siente la Madre y sabe que la historia no era la solución, pero también sabe que sí era la precursora de la solución y lo acepta. Estar allí era su destino. Lo intuía desde el origen y ahora sabe que es cierto y por fin ha llegado su momento.
Formica la Magna alza la cabeza y mira al techo de su estancia. La Luz no está y el tiempo pasa. Frota sus antenas. Mira hacia su abdomen. La Luz no está y el tiempo pasa. Las historias pasadas no son la solución a los dilemas. La Luz no está y el tiempo pasa. No ha querido verlo, pero es evidente. La Luz le está castigando por impedir que nazcan más reinas, por eso la Luz no está. El tiempo pasa y Formica Máxima sigue sin estar dispuesta a renunciar a su Trono. Es un gran pecado y lo sabe. Pero todos los pecados se pagan con una penitencia. La Luz no está y el tiempo pasa. Ha de ofrecerle a la Luz un sacrificio tan grande como su pecado. Algo que elegiría no hacer si pudiera elegir. Pero no puede elegir. La Luz no está y el tiempo pasa. Entonces, debe hacerlo. La Soberana baja la cabeza, toma con sus patas delanteras a su último primogénito y con su mandíbula le secciona la cabeza.
Formica Máxima apenas está empezando a comerse las alas de su Interrogato cuando llega gozosa Septuagésima Brava Militia Obligata. Da vueltas alrededor de la Madre. Mantiene erguido el abdomen y alzada la cabeza. Escupe saliva que, inmediatamente, es recogida por una Obligata que la acompaña y que también da vueltas gozosa alrededor del Nido. Juntan sus antenas y dice lo que viene a decir:
–¡¡Madre Onmipotente, ha regresado la Luz!!
Formica Máxima deglute sin euforia los últimos restos del último de los primeros mientras concluye que la solución ha sido la correcta, pues el resultado ha sido el deseado. La Luz-que-luce ha regresado y la vida del hormiguero continúa.
–Hay rumores...
–Rumores de qué...
El eclipse duró dos minutos y cincuenta y cuatro segundos. Si hubiera durado un segundo menos Primo Interrogato Pessimotodavía estaría vivo.
Pero así son las cosas del destino. Tempus fugit. FIN
Cuando las futuras reinas y sus machos maduran y desarrollan sus alas, los machos salen volando y se reúnen en ciertas zonas con otros machos.
Cuando todos están reunidos comienza el vuelo nupcial, en el cual despliegan movimientos y liberan unas feromonas que atraen a las jóvenes reinas.
Una vez llegan estas al lugar, se emparejan y se produce la cópula. Una hembra puede copular con uno o varios machos.
La fecundación es interna, el macho introduce el esperma en el interior de la hembra y ésta lo guardará en una espermateca hasta que deba ser usado para cada nueva generación.
Finalizada la cópula, los machos mueren y las hembras buscan un lugar donde enterrarse y ocultarse.
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