Acabo de llegar a casa. He disfrutado de una velada de intensos placeres, ejecutados con precisión y buen orden; sin estrépitos, como a mí me gusta. Siento un dulce sabor a victoria que me apetece saborear. Me dejo caer sobre la cama, boca arriba, sonriente, con mis brazos y piernas muy estirados, como si acabara de despertar de una agradable siesta.
Sintiéndome tan bien, me abandono a la contemplación de mi achacoso Despertador. Él y yo sabemos que es un algoritmo de otra época –muy educado, aunque algo redicho–, pero me sirve y debo reconocer que en el fondo me agrada. Veo sus temblorosos dígitos flotando sobre mi cabeza, estremecidos por la sutil brisa del aire climatizado, iluminando la estancia con reflejos azulados evocadores de olvidados tiempos y me deleito en la percepción de la sutil onda temporal que atraviesa hasta lo más íntimo de mi ser. Me consideraría feliz, si no fuera porque tal sentimiento sería artificial. Son apenas los efectos residuales de lo que todos sabemos, ¡bendita dopamina!, es maravillosa, pero no conviene abusar.
He decidido suspender la experiencia. Acabo de bostezar y no pasará ni un segundo antes de que Despertador solicite instrucciones para programar un despertar. Le pediré que apague las luces, que pase a la función de espera y que me deje dormir sin fijar término alguno. He cerrado los ojos y estoy recordando mi infancia. Me dejo empapar por una repentina y profunda melancolía, una terrible añoranza del pasado que, sin poderlo evitar, termina por ahogar aquella triunfante euforia.
Durante unos instantes me abandono a un torbellino de sentimientos simétricos, contradictorios y complementarios, como los términos de un binomio ideal. El dolor por la ausencia, el placer en el recuerdo y la soledad que torpemente se afana en disfrazarse de añoranza se funden en una humilde lágrima que irrefrenable y cálidamente acaricia mi mejilla izquierda con tanta complacencia como desconsuelo. Ya estoy sintiendo ese penetrante letargo. Conozco la sensación. Procuro concentrarme en las imágenes fractales que brotan desde las capas más profundas de mi mente y busco una composición agradable y serena en la que acurrucarme plácidamente. Todo en orden, como a mí me gusta.
De súbito, una fuerte sacudida. Estoy sintiendo una dolorosa punzada en los riñones y soy consciente de que un potente chorro de adrenalina ha sido expulsado –casi diría, eyaculado– desde mis glándulas suprarrenales haciéndome dar un brinco. Estoy sintiendo una pesada tensión. Oigo mi corazón estrellarse furiosamente contra su armazón y sus esfuerzos retumban en mi cabeza que parece a punto de estallar.
Palpitan mis sienes y tiemblan mis piernas. Estoy sufriendo un áspero desconcierto, un amargor insoportable que sabe a desamparo. Se han paralizado mis músculos motores como aprisionados bajo una invencible servidumbre, abstracta y turbadora. Miro a Despertador que también parece paralizado, pero no; es que apenas está pasando un segundo al cabo del cual parece reconstruirse el tranquilizador orden de las cosas.
Al fin tengo fuerzas para pedirle que encienda la luz y me explique qué es lo que ha pasado. La estancia se ilumina en tonos cálidos. Despertador me informa con su rebuscado estilo: «Estamos en el vigésimo cuarto minuto de la cuarta hora del primer día…» Nada fuera de lo normal. Me dispongo a emitir las instrucciones precisas para seguir durmiendo, pero Despertador me sorprende con un forzado estoicismo con el que parece querer disimular su desconcierto al decirme que en el exterior luce el sol. ¿Ya amaneció?, he preguntado con sorpresa y, más aún, con recelo. «No, aún no, pero detecto un sol…». Pero ¿de qué sol me estás hablando?, le digo con impaciencia. «No sé», me responde, sin poder ocultar su impotencia.
El número 6174 es conocido como la Constante de Kaprekar en honor de su descubridor el matemático indio Dattatreya Ramachandra Kaprekar. Este número es el resultado de la aplicación repetida de la Operación de Kaprekar que consiste en los siguientes pasos:
1. Escoger cualquier número de cuatro dígitos (con limitadas excepciones).
2. Ordenar los cuatro dígitos en orden descendente, para obtener el minuendo de una resta.
3. Ordenar los mismos cuatro dígitos en orden ascendente, para obtener el sustraendo de la misma resta.
4. Calcular el resto, restando el sustraendo del minuendo.
5. Si el resto no es igual a 6174, repetir los cuatro pasos anteriores, añadiendo ceros a la derecha al minuendo y a la izquierda al sustraendo, siempre que sea necesario para completar los cuatro dígitos.
Esta operación, repetida si es necesario en varias ocasiones (nunca más de siete veces), termina dando el resultado 6174. El proceso termina porque si se sigue repitiendo la secuencia de pasos, se sigue obteniendo el mismo resultado ya que 7641 – 1467 = 6174
Saber más sobre la Constante de Kaprekar
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